En algún lugar leí que la tradición occidental ha determinado el destino del poeta: la locura o la muerte. En el mausoleo de mi espíritu es Hölderlin emblema de los primeros y Pizarnik de los segundos. Rimbaud salvaguarda su integridad al retirarse a los veinte años y traficar armas en Etiopía, eran otros tiempos. Parra, bueno, pues era Parra. En este breve espacio de tiempo poblaré de flores diversas el viento.
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Hasta hace poco logré distinguir
entre poeta y poeta-oficial. Hay muchos poetas-oficiales, escritores les llaman.
Con rigor de humildad: el poeta es algo más. La poesía es en los márgenes,
extiende los límites; es el lenguaje de aquellos que habitan al filo del
abismo. Pero no en su sentido fatídico, sino como posicionamiento crítico
frente a aquellos que habitan en el centro y su lenguaje ha sido viciado por el
poder institucional. El poeta canta y baila a pesar de los truenos y de la
lluvia, del hambre y la zozobra; el poeta se eleva caminando sobre el viento en
las palabras que lo habitan y con las que pobla el mundo que habita.
En
México es muy claro este fenómeno. La independencia editorial de los jóvenes
escritores es prácticamente nula. Se acercan a las editoriales del Estado para
ser publicados o se alienan a los grupos culturales establecidos. El amiguismo
es constante. El chantaje sexual una realidad. Aparecen lumbreras autogestivas constelando
el cielo cultural de cualquier ciudad, pero la inevitable dependencia de algún
espacio, grupo o poder político impone el sello de la marca personal del
gobernador en turno. El acaparamiento de proyectos es una constante en
cualquier estado que busque secuestrar la percepción cultural, lo que importa
son los números para el informe de gobierno. El robo de proyectos es también
una práctica constante en la institución cultural mexicana. Son pocos los
proyectos autogestivos que sobreviven a la presión institucional y se mantienen
al margen de lo culturalmente aceptado en la cartelera mensual de actividades
de esparcimiento para las familias de bien de una ciudad neocolonial posbarroca;
hablemos de lo local.
Lo
poético migra de espacio. Busca la alteridad a lo institucional. El
poeta-escritor está cómodo en la estructura de una beca con lineamientos
institucionales y burocráticos que rayan en lo ridículo. Existen cursos para el
correcto llenado de los formularios. Pero los nombres en los resultados suelen
estar plagados de conocidos o familiares, y salpicado de jóvenes promesas. El
poeta-escritor se posiciona en lo que Ezra Pound llamaría inventores,
aquellos que descubren un proceso o diversos procesos creativos. Cavalcanti,
Arnaut Daniel; Gerardo Arana, Luis A. Arellano. Sin embargo, el panorama
institucional está lleno de lo que llamaría diluidores, hacedores de
cosas de menor intensidad, variantes tumefactas y difusas de aquello que siguen
o persiguen.[1]
El
poeta atiende a lo que Pound determinará como maestro, quien aparte de
sus propias invenciones, es capaz de asimilar y coordinar un número considerable
de invenciones anteriores. En palabras crudas, quien arraigue dentro de sí su Verdad
y la Verdad de quienes constelan su espíritu. De ahí la importancia de leer más
de lo que se escribe. La manufactura de artefactos poéticos es más bien una
donación ritual a la constante vorágine espiritual que constituye la Cultura. En
1821, Shelley diría que todos los poemas del pasado, el presente y el porvenir
son un solo poema infinito en escorzo, erigido por todos los poetas del orbe (A
defense of poetry). A la sombra de María Zambrano, el poeta es un espíritu
encarnado que habita el mundo de los vivos para mirar con la inocencia del
desconocimiento,[2] maravillarse por la belleza que le rodea o entristecerse por los calvarios a
que se ha sometido a los suyos. Ya será del mundo la responsabilidad de matar a
sus poetas o llevarlos a la locura.
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Si bien la profundidad epistémica,
mitológica y cultural escapan de mí, la película Inu-Oh, de Masaaki Yuasa,
contiene elementos con los que me es propicio dialogar: el tiempo, la memoria y
las máscaras.
Lo temporal.
El
tiempo natural, entendido como el tiempo compartido intersubjetivamente que nos
permite establecer que aquí en México son las 12:48hrs y en Japón son las 3:48hrs,
actualmente tiene sus problemas epistémicos y su coyuntura está supeditada a la
producción y consumo;[3] pero el tiempo intencional, que es un tiempo estático y en constante flujo,
permanece siempre sobre sí mismo, pero avanza; es ese el tiempo de los poetas,
y está más vivo que nunca. Fueron los antiguos, los locos y los poetas quienes visualizaron
la posibilidad de un tiempo maleable y remanufacturable. Hay tiempos
rotos, tiempos dentro de otros tiempos, tiempos futuros, inciertos,
alternativos, paralelos, diametrales, invisibles. En el tiempo intencional
pueden acontecer sólo diez minutos en un plazo de ocho meses, Eiichirō Oda lo
hace constantemente.
Al
decir que todos los poemas son un único poema en escorzo, se intuye también que
todos los poemas habitan un único tiempo inmanente sobre el cual cuelgan hacia los
ojos de quien les percibe. En este sentido, el poeta habita lo intemporal y
permanece oculto en su nombre hasta que es leído/escuchado. En la percepción
del otro se halla su existencia. Merlaeu-Ponty hablará sobre una conversación
entre espíritus cuando toca al acto de lectura, no podía estar más en lo
correcto. Es el en contacto espiritual con el otro donde se gesta la aprehensión
de aquellas Verdades de que hablábamos más arriba. Tomona no es percibido hasta
que se le nombra; permanece oculto en el silencio del mundo, pero sólo
suspendido en el tiempo.
La
memoria
Su
cuerpo espiritual se hace presente en la memoria del mundo en tanto es
percibido. Tomona retorna al contacto con el otro en la conversación entre espíritus
que se da tras su nombramiento. Tal como aparecen los guerreros Heike tras ser
nombrados y así narran sus historias al poeta Tomoichi, quien tras arraigar en
sí las Verdades de estos espíritus pasará a nombrarse Tomoari. La transmutación
nominal recae en lo simbólico-religioso. Es una forma de permanecer en la
memoria del mundo: ¿quién soy? ¿cómo soy nombrado? El nombre implica
pertenencia, inventario, catalogación, etiquetación, forma de ser en el mundo;
es una carga que puede ser pesada o ligera, una tradición o un rompimiento; la
continuidad o el final de un linaje. En el poeta es una de las complejidades
más atávicas que le aquejan. Para evitar las vueltas: Fernando Pessoa.[4]
Basta
que alguien me piense para ser un recuerdo, canta Girondo desde el fondo
del cielo. Basta que alguien nos piense para aparecer en su memoria; así se da
el reencuentro de Tomona con Inu-Oh, sólo gritando su primer nombre es como el
padre de Tomona aparece frente a Tomoari. Nuevamente, el poeta habita en lo
intemporal de la memoria y será ahí donde haga nido y cante.
Las
máscaras
Inu-Oh
aparece por vez primera portando una máscara. El otro, el extraño. Deforme
cuerpo humano nacido para no ser capaz de bailar en una familia de danzantes
Noh. Es en el contacto con la música que el cuerpo comienza a comunicar;
acontece el baile. Forma natural y primitiva de la comunicación tribal. El lenguaje
del cuerpo trasciende la maldición impuesta y parte a parte recupera la
estructura natural del hombre.
Tomona
es cegado por el fulgor de Ame no Murakumo no Tsurugi (Filo de lluvia de
nubes en racimo)[5][6] aprende a tocar la biwa y, por tradición, adopta el nombre de Tomoichi
(la terminación -ichi, explican, designa a quienes tocan la biwa). Tener
nombre es tener vida; un rostro. El padre dejará de reconocer al hijo tras la
adopción del nuevo nombre, se irá desvaneciendo con el paso de los otoños. El peso
de su nombre anterior, la venganza del padre, la vindicación de la madre, han
quedado atrás. Ella ha muerto. Tomoichi invoca por última vez al padre para que
nombre a los guerreros Heike; olvida finalmente el camino de regreso al hijo
cuando éste pasa a nombrarse Tomoari. El niño se vuelve hombre, el hombre
pierde cualquier distinción de género y trasciende a lo inmanente, existe por
el simple hecho de existir para nombrar aquello que ha sido olvidado y darle su
lugar en el mundo nuevamente: el clan Heike.
3
Ambos poetas, distintos lenguajes:
la música, el canto y el baile en comunión. Un destino en común, la transmisión
de una historia y su recolocación en la memoria colectiva de la tribu. En algunas
tradiciones el hombre es creado para preservar el lenguaje de la tribu, para
cantar a sus dioses y orar por ellos; la noción de un ser narrativo-poético es
intrínseca a toda cultura.
Pero
sobreviene la catástrofe. Tras el último acto performático, Inu-Oh recupera su
rostro. Se revela su verdadero ser. Ashikaga Yoshimitsu, Shōgun, solicita de la
manera más atenta que dejen de cantar la versión de los espíritus del clan Heike
y se atengan a la versión oficial del clan Yoshimitsu. Inu-Oh acepta sólo tras
reconocer en Ashikaga al asesino de su amigo. Se institucionaliza y repite
honradamente la versión oficial de quienes ostentan el poder. Tomoari permanece
en las lindes del mundo cantando la Verdad de los espíritus Heike hasta que es
decapitado por las fuerzas del orden. El occidental se sentirá aliviado de su
civilidad al saber que de este lado del mundo ofrecemos la cicuta a quienes
alteran el orden establecido.
4
El poeta-oficial será reconocido
por la tribu que reconozca en su Estado el perfecto orden de cosas en el mundo,
como Inu-Oh, tendrá unas cuantas décadas de fama y prestigio. El bienestar es
crucial para el hombre, sin lugar a dudas. Pero no todos los caminos llevan a
Roma.
El
poeta resiste en los límites. Acucia sobre los problemas críticos del mundo que
lo habita y del mundo que habita; es sólo cuestión de saber escuchar, siempre
ha sido cuestión de saber escuchar entre el ruido de la tormenta y el ruido de
los mass media. El poeta permanecerá bajo la tempestad cantando y
bailando, de ser posible, narrando aquello que no queremos escuchar, nombrando
aquello que deseamos ignorar; nos mostrará la sangre derramada de los inocentes
o las glorias desatadas del emperador. Será decisión propia elegir a quién escuchar.
[1] En tanto
no salgamos de la falsa percepción que nos sitúa en el Siglo de Oro, Querétaro
no tendrá cabida en un panorama literario serio; no todo puede quedar en manos
de las editoriales independientes que apenas y pueden sobrellevar el peso del
taxi en que llegaron con sus cajas de libros, no son los gestores culturales
independientes los que deben hacer de agentes literarios con las estructuras de
difusión suficientes. La cultura institucional está muy cómoda bajando fondos y
negándose a atender a los artistas locales so escusa de falta de fondos y de
que ellos no son los responsables de ello, ¿a qué campañas van esos dineros?
¿si no es una secretaría de cultura, quién atiende a la cultura?
[2] Epojé
fenomenológica o puesta entre paréntesis; quiero decir, mirar con la
genuina mirada del infante que está reconociendo el mundo.
[3] Cfr.
Yépez, Heriberto. (2002). “Del porno-tiempo y otros instantes eyaculados”, en Todo
es otro: a la caza del lenguaje en tiempos light. CONACULTA, pp. 90-104.
[4] El
heterónimo, para evitar la vergüenza de ciertas lumberas literarias queretanas,
no es una forma de pseudónimo o de alter ego, sino una personæ completamente
independiente ontológicamente de la fuente vital; un ser-en-sí-y-para-sí que
únicamente depende de la fuente vital para manifestar su mirada en el mundo.
[5] La ceguera
es también una característica del poeta como vidente; la alteración de los
sentidos simbolista es una forma artificial para la experimentación de la
ceguera. La embriaguez de Baudelaire atendía a esta desconexión de los sentidos
para la elevación espiritual, no al mero divertimento lúdico en aras de una “perra
cruda”.
[6] Reitero
mi desconocimiento de los mitos japoneses, pero en el supuesto de que esta
espada simboliza para la tradición nipona el Valor, me pregunto si no será que
Tomona lo aprehendió y por ello es que fue capaz de soportar los vilipendios a
los que fue sometido hacia el final de la película.
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