viernes, 15 de diciembre de 2023

Luis Alberto Arellano, in memoriam

 

Luis Alberto Arellano, in memoriam.

 

De estar entre nosotros, Luis Alberto Arellano estaría, junto conmigo, riéndose de lo kitsch que se ve mi vestimenta. Sin embargo, habría entendido aquello de que el jorongo me cambió la vida. Siendo como era, me habría incitado a continuar escribiéndome recomendándome a bien algún libro de difícil acceso. Conservo de Arellano tres lecturas: 1) como profesor, un sujeto imponente, enciclopédico: la nostalgia me recuerda a Bouvard y Pécuchet, un joven y modesto empleado de la poesía en medio de la vorágine del mundo que habitamos. Exigente, preciso y constante. Su clase de crítica literaria fue un oasis. Con mucho cariño conservo todos los proyectos que hicimos en clase, aún nutren mi escritura; de igual manera conservo grabada en piedra la anécdota de Novo, el Gigante y la boda de Villaurrutia. Aunque a veces creo que era puro cuento de él. 2) Le conocí como poeta-oficial, aunque sólo se le rinda homenaje por unos cuantos y por muchos otros de dientes para afuera. Los comentarios en torno a su obra son siempre sesudos, sencillos, rápidos, tonantes; estaba rodeado de muchos otros extraterrestres, dicen. Prefiero llamarles humanos de gran corazón. 3) Y finalmente, le conocí como poeta. Un planeta con su propia gravedad es la poética de Arellano; un recorrido eléctrico por las venas ocultas del quehacer alternativo de la poesía. Como el verso de Ungaretti, quien se adentra en su lectura se ilumina de inmensidad.

            Depende de la mitología, se nos nombra: santos, locos, poetas, extraterrestres. Sergio Ernesto Ríos le llama el último de los poetas Napster, gamers; el primer poeta iphone en el ensayo/prólogo/poema que abre las puertas a su Obra (In)completa (Herring Publishers, 2018). Añadiría, con precaución y para jugar con los bestiarios, como él en Contranatura y siguiendo el río de lo híbrido, que Luis Alberto Arellano fue un Centauro como los que antaño habitaban el mundo. Un ser con una verdad a cuestas y sin pelos en la lengua para nombrarla y hacer llover en los días más calurosos y faltos de nubes; un practicante de medicinas chamánicas/proféticas, es decir, poéticas. Pero sobre todo, era él un provocador. Y eso me hace concluir con una serie de preguntas: ¿qué diría nuestro Arellano del actual secuestro cultural en que, dicen, se halla esta ciudad neocolonial posbarroca? ¿qué opinión le habrían de merecer los pequeños caciques reunidos en grupos de poder enquistados que llaman a otros poetas: juglares contemporáneos? Seguidos de una risita socarrona. ¿Le habría tenido él miedo, o habría sabido por qué todos le temen a Margarita Ladrón de Guevara? ¿habría también él guardado silencio sobre el genocidio en Gaza por un puñado de migajas? ¿habría guardado silencio por la proyección de una bandera extranjera de dudosa manufactura ideológica en Plaza de Armas? Mientras más lo leo, más claras me son las respuestas. Nos urge encontrar el chanchilibro Escribir Poesía en México.

Se nos fue muy pronto, como las mitologías; sin embargo, dejó en la arena su marca el Centauro en huida; y si, como decía él: nunca es la medida de lo eterno, guardémonos de nunca recordarlo.




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